jueves, 28 de julio de 2016

Dead end: ingeniería inversa

-La verdad es que han hecho un trabajo excelente aquí -, dijo el ingeniero, mientras hojeaba varias columnas de cifras en el informe.
-Gracias, Ortiz. Ya sabe... Es un trabajo muy duro, pero alguien tiene que hacerlo -, contestó el capataz con una frase hecha y una sonrisa medio forzada.
Nathaniel Ortiz levantó la mirada sonriendo. -Lo digo en serio... Llevo viajando por este sistema supervisando explotaciones, comprobando protocolos de seguridad, estableciendo parámetros para intentar mejorar el rendimiento de las instalaciones y facilitaros el trabajo a vosotros, mucho tiempo... Y lo cierto es que jamás había visto estos índices de rendimiento en la producción...
-Bueno, vuestra maquinaria es cojonuda, Nat...
-Hablo de rendimiento humano, Lester... O sois una especie de "súper hombres", o no me lo explico...
-Ya... Bueno... No sé; los chicos están motivados... -el rostro del capataz del primer turno empezaba a retorcerse, y su boca se contorsionaba en una mueca que no iba a juego con sus ojos, que aún trataban de sonreír...
-¿Qué coño pasa, Les? -Nat Ortiz se puso serio, dejó el informe y su carpeta sobre un palier de materiales y se cruzó de brazos en actitud defensiva.
-¿Eh...?, ¡Nada, hombre...! -de pronto, Les Cartwright dio dos zancadas hacia el ingeniero, le agarro por el brazo y se lo llevó detrás de unas cajas apiladas contra una de las paredes de la galería 3.
-¿Qué haces...?
-Joder, Nat... ¡Aquí están pasando cosas! ¡Pero no se puede abrir la puta boca! No podemos hablar con libertad aquí. Creo que deberíamos subir a la cantina o al menos intentar que no nos vean de ninguna manera. Como me pillen diciéndote esto, me facturan en una bolsa de plástico en la próxima lanzadera...
-¡Tranquilo, y explícate, coño!
-Ya sabes que aquí hay muchos obreros que se ponen con "mierda" sintética; la compañía hace la vista gorda e incluso se rumorea que sacan tajada participando del negocio. Hay que estar como una puta cabra para solicitar trabajo en estas instalaciones, o estar huyendo de algo, o vete a saber... Nadie se metería en este agujero estando cuerdo. El estrés y la presión acaban con cualquiera. Todos acaban cayendo en el Neobarbital o la Metacoxidona.
No sé cómo cojones lo han hecho, pero conocen nuestras debilidades y se han aprovechado de ellas... Nos han colado alguna mezcla con las dosis que consumimos. ¿Te acuerdas de mi primer oficial, Reif?
-¿Tu jefe operador de perforación?
-Sí, ese... Le perdimos hace unos días. Antes de que tú vinieras. Estaba cambiándose en los vestuarios. Esa jornada se largó un rato antes: migraña. En las duchas había dos tíos hablando de cómo se estaban introduciendo dosis de no sé qué potenciador del rendimiento. Un asunto del Gobierno; un test. Nos están usando de cobayas, Nat. A algunos empezó a afectarles antes, pero a todos, tarde o temprano, de alguna manera: te sangra la nariz, te duele la cabeza, pero eso sí, te aceleras como un puto toro y te pones a currar a destajo, como si mañana no fuera a amanecer. La Con-Am ha prometido pluses por productividad y hay gente apuntándose a turnos dobles... El tío me lo contó. Te lo juro, estaba acojonadísimo...
-Me cago en la puta... -Ortiz estaba sorprendido, y empezaba a preocuparse seriamente. Miró alrededor suyo, como para asegurarse de que nadie pasaba por allí, y prosiguió -. De acuerdo. Si es como dices, no sé cómo cojones lo vamos a denunciar o a parar. Entiendo que no habrás intentado comunicarte con el exterior, y con nadie de la administración, ya que si lo haces, estás muerto. Aquí es fácil sufrir accidentes trabajando, ya me entiendes... Aún tienes que explicarme de qué murió Reif.


-Apareció con la cabeza aplastada en un túnel, la escafandra estaba reventada, y dentro sólo quedaba una puta papilla roja, tío... Un desprendimiento del techo de la galería, dijeron... ¡Mis cojones...! Así que me he quedado callado como una puta con sífilis desde entonces. No sé si es que le pillaron intentándoselo contar a alguien más, o tratando de enviar un mensaje al exterior; un periodista tal vez... Pero está claro que irse de la lengua le costó la vida.
Organizaron una vacunación rutinaria hace semanas. Todos los trabajadores. Dijeron que era obligatorio y nadie hizo preguntas. Entiendo que con esa primera dosis consiguieron inocular algún tipo de sustancia dentro del cuerpo, que ha ido causando un síndrome de abstinencia permanente... En los días posteriores la gente no podía tenerse en pie si no se chutaba, e imagino que sabían que toda la población obrera de la colonia consume drogas sintéticas para evadirse. Así que reforzarían el efecto de la primera dosis a través del consumo, mezclando lo que sea que han traído aquí con lo que la gente se mete habitualmente.
-Obviamente los afectados seríais básicamente los obreros, ya que el personal de oficinas no sería vacunado, porque no baja a trabajar a los túneles, y les da igual... ¿No?
-Exactamente. A los de oficinas no les vacunaron que yo sepa; como dices, ellos no tienen que picar.
-Y si alguno de administración consume, o bien sus dosis no están mezcladas con la nueva sustancia, o los efectos serán más lentos al no haber recibido antes la dosis de partida... -el ingeniero se puso a pensar, mientras el oxígeno dentro de la escafandra continuaba dejando pequeñas nubes de vapor contra el cristal -. Lo que no acierto a imaginar es qué excusa pondrían para vacunar a la gente de aquí abajo...
-Algo de tipo higiénico, dijeron, pero...
-Me quedan un par de días en Hope Hill... Tengo que pensar. Conozco a ciertas personas de la Administración Científica Colonial. Creo que podré mover algunos hilos, pero hasta que salga de aquí, mi única baza sería intentar hablar con el médico de Con-Am. Sondearle. Ver de qué pie cojea... Si estuviera de nuestro lado, intentaría conseguir algún informe, o que realizara una autopsia al cadáver de Reif... Si aún sigue aquí, y claro, sin que se entere ni Dios... ¿Cuánto tiempo dices que ha pasado desde que murió tu oficial? ¿Y cuánto desde que pasó la última lanzadera de abastecimiento?
A Lester Cartwright no le dio tiempo a contestar.
Desde las sombras, algo que parecía un hombre, también enfundado en un traje de vacío, se abalanzó sobre él, tirando de su cuello hacia atrás y sosteniéndole con ambas manos.
-¡Aaaaagh...! ¡Joder...! -Gritó. -¡Sácamelo de encima!
-¡Cabrón! -el ingeniero sujetó con sus dos brazos uno de los del atacante, desestabilizándole y haciéndole girar sobre sí un cuarto de vuelta, dejando ver su rostro dentro de la escafandra.
Aquel hombre tenía los ojos teñidos de rojo, grisáceas las pupilas, y la superficie de la piel de su cara se mostraba desescamada y reseca. Sus guturales gruñidos lastimeros eran la expresión de la búsqueda desesperada de una víctima. La criatura, que aún asía con una de sus manos el extremo derecho del casco del capataz, tiró fuertemente del tubo del respirador, desanclándolo de su puerto de enganche.
-¡Aaaaagh... Dios... El aire...!
Bastaron unos cinco segundos más.
La diferencia de presión causada entre el exterior sin atmósfera y el traje de vacío, causó la explosión, como si de una sandía rellena de dinamita se tratara, del cráneo de aquel pobre infeliz.
Nathaniel cayó hacia atrás al tiempo que gritaba -¡Nooooo!
El atacante también cayó, torpemente, sobre unos cajones de material.
Nat, giró sobre sí, y tan rápido como lo permitía aquel arnés, se fue incorporando, primero sobre las rodillas, y luego por completo, mientras su respiración se aceleraba y la agitación le hacía sudar copiosamente. A su derecha, una enorme llave inglesa apoyada en la pared, aparecía como una opción más que aceptable para hacer frente a la amenaza...


Nathaniel mudó el rostro... Que pasó de ser una mezcla de pavor y sorpresa, a otra de rabia con desesperación. Agarrando fuertemente aquella enorme llave con las dos manos, sosteniéndola casi por encima de la cabeza, parecía un caballero medieval alemán del siglo XVI.
-¡Hijo de puta...! -profirió, al tiempo que batía lateralmente el pedazo de metal en el aire, para estamparlo contra el lateral de la escafandra del no muerto, que había conseguido incorporarse parcialmente. El improvisado arma reventó una junta que unía el cristal con el marco de la visera, provocando una grieta que afectó definitivamente a su integridad. El aire comenzó a silbar al entrar por ella, y unos segundos después, la presión hizo reventar el cráneo del atacante, como antes sucediera con el de Les Cartwright.
-Joder... Joder... Joder... El ascensor. Tengo que largarme de aquí -, balbuceó entrecortadamente en voz baja, y mientras giraba mirando hacia todas direcciones, buscando otros atacantes.
Un traje de vacío de tipo 2, para trabajo en condiciones climatológicas adversas, sumado a la atmósfera cero, hacen bastante difícil batir cualquier récord de velocidad, pero el ingeniero trató de correr cuanto pudo en dirección al montacargas principal.
-Arriba... Debo llegar arriba... -, pensaba en voz alta -. Son unos metros... Sólo espero que no haya llegado ninguno arriba... ¡Joder... ¿Y si se ha desencadenado también arriba?!
Tan pronto como enfiló la gruta hacia el elevador, aún blandiendo la gran llave inglesa, giró la cabeza una última vez. Un último vistazo de comprobación tras de sí, para observar un grupo de sombras proyectadas en la pared oeste de la gruta del fondo, con los focos iluminando aquellas fantasmagóricas sombras chinescas, que se movían en su dirección...
-Vamos, vamos, vamos...
Tras las últimas zancadas, se abalanzó a presionar la gran seta roja en el costado del armazón del ascensor. Era el botón de llamada, en el que aparecía con letras blancas casi borradas por el uso, la palabra "LLAMADA".
En su sprint por la supervivencia había rezado por que el elevador estuviera en su planta, pero no fue así... La pesada jaula de acero se encontraba unas plantas más abajo.
-¡Sube, joder! -Ortiz golpeaba la estructura metálica con rabia.
Atrapado por las circunstancias y esperando el fin del mundo de uno u otro modo, Nat se giró hacia la galería... Con lo lentos y torpes que parecían cuando sólo eran sombras proyectadas sobre la roca, y en cambio ya sólo estaban a una veintena de metros... No se podía precisar su número exacto.
No sabía si saltar por el lateral de la pasarela de la galería 3 y acabar con todo de una vez... Pero, de nuevo, ¿Una oportunidad? A un lado se encontraba un palet de herramientas.
-¡Una pistola de remaches...! -, así que Nat se colgó a la espalda la llave inglesa, se ajustó con rapidez un cinturón con varios cargadores de clavos de 20 centímetros a la cintura y quitó el seguro de aquel martillo neumático remachador, que ya estaba municionado... -. Bueno... Pues parece que habrá que irse haciendo ruido.

domingo, 5 de junio de 2016

Dead end: laboratorio

-Le he dicho que se aparte, doctora...
-Antes tendrá que volver a explicarme eso de que tiene que revisar los expedientes médicos de los trabajadores, y sacar sus muestras de sangre de aquí... Todo eso es confidencial. ¿Me ha oído, sargento? ¡Ni se le ocurra tocar eso...! -La doctora Laura Potter se giró violentamente hacia el hombre de uniforme, señalándole con el dedo índice, y entonces se arrancó a andar en su dirección... -¿Me ha oído? ¡Callaghan! ¿Qué diablos está pasando aquí? -La joven traumatóloga se detuvo y giró ahora hacia el jefe administrativo de Con-Am en la colonia.
-Cálmese, doctora... Estos hombres traen una orden de arriba. No podemos hacer nada. Debe colaborar... -El director de la instalación minera, Frank Callaghan, trataba de mediar en el conflicto. Era un hombre entrado en carnes, que se había dejado una barba en la que ya comenzaban a aparecer algunas canas. A sus 50 y algún años de edad, dirigir una explotación minera planetaria casi suponía un premio; podría prejubilarse a los 60, con toda la paga y algún incentivo, si sabía hacer la vista gorda, ni más ni menos de lo necesario, en aquellos pequeños negocios de economía sumergida tan populares en los asentamientos exterráqueos.
-Sargento: quiero que usted y dos de sus hombres realicen la recogida del material a la carrera, ¿Entendido? Hay que analizar esos datos lo antes posible para determinar la viabilidad del proceso.
-Sí, señor. ¡Rog! ¡Hastings! Y tú, Devlin, acompaña a la doctora y al director Callaghan a la cafetería -, determinó el segundo al mando.
-¡Teniente, esto no debería estar pasando! ¡Francamente, me importa una mierda de dónde vengan sus órdenes! -La doctora Potter comenzaba a elevar el tono -. Ésta es una instalación civil, y en lo que se refiere a los asuntos médicos o científicos, la última palabra la teng...
-¡Cállese! -Expelió el oficial -. ¡No tengo la más mínima intención de seguir escuchando su jodido mitin, doctora! ¡Lo cierto es que me da por el culo haber tenido que venir hasta esta maldita roca en medio del espacio, a hacer Dios sabe qué para el gobierno, cuando podría estar dedicando mi tiempo a cosas más productivas, como emparejar mis calcetines por colores en mi casa de Utah o tirarme a una puta sintética en la estación espacial de paso! ¡Ya ve... No nos caemos bien! ¡Me la trae floja! ¡Y ahora que nos hemos sincerado los dos, lárguese de aquí y déjeme terminar; así podré largarme lo antes posible de este retrete lleno de ladillas y usted podrá volver a dedicarse a ponerles tiritas en el culo a sus mineros! ¿Me he explicado?
-Vamos , Laura, déjeme invitarla a un trago... Nos vendrá bien a los dos -, concilió Callaghan, tomando por el brazo a la joven doctora y tirando de ella en dirección a la salida. Laura había quedado casi paralizada tras la parrafada del oficial militar.


















Tan pronto como varios de los hombres de uniforme desaparecieron por el pasillo, escoltando a la doctora Potter y al director Callaghan, el oficial al mando, el sargento y dos soldados comenzaron a trabajar.
El teniente Hugo Fabian no había sido siempre militar, ni lo era de carrera. Comenzó a viajar por el espacio con su padre, a bordo de un carguero mixto, en el que los tripulantes que se desplazaban, en su mayor parte, a trabajar como especialistas en alguna instalación colonial, le contaban mil y una historias sobre el espacio y sus rincones más pintorescos. Así que se enganchó enseguida a eso de viajar de una punta a otra del sistema solar y los sistemas cercanos para conocer lugares y gentes de todo tipo.
Su padre era un tipo trabajador y honrado, la mayor parte del tiempo, que había perdido a esposa, la madre de Hugo, por culpa de un cáncer de pulmón. Así que Hugo tuvo que pasar buena parte de su niñez a bordo del Ceres, con su padre y la propia vida como profesores, y en plan autodidacta. No le fue mal, ya que era un chaval muy espabilado, que consiguió graduarse. Tan pronto como ello le permitió obtener la licencia de vuelo, y con la mayoría de edad cumplida, empezó a ayudar a su padre a cruzar el espacio llevando de un lado para otro carga y pasaje, durante algo más de diez años.
Entonces su padre enfermó, y tuvieron que vender la nave para poder pagar su internamiento en una residencia médica. Para entonces, con la experiencia acumulada y las habilidades adquiridas, Fabian se alistó, y no dudó, desde el primer momento, en tomar parte voluntaria en tantas campañas y misiones como pudo. Eso le valió rápidos ascensos y promociones, que otros tardarían mucho más tiempo en conseguir, incluso habiendo pasado por la academia.
Tras 17 años en filas, su uniforme estaba poblado de medallas y distinciones, y una cicatriz cruzaba su cara desde la frente al mentón, por el lado derecho, de arriba a abajo.
-Muy bien, sargento... Usted y sus hombres bloqueen el paso y que nadie entre. Voy a acceder con Cerberus a la información de los expedientes. Él nos dirá todo lo que necesitamos saber, y analizará los perfiles de ADN por nosotros. Aún tardará unos minutos. Así que, según vayan apareciendo los nombres de los candidatos en pantalla y yo se los vaya diciendo, tomen los viales con las muestras de su sangre, e introduzcan cada uno de ellos en un alojamiento del maletín de transporte hermético.
El teniente extrajo un disco de su bolsa de mano, así como un portátil, y realizó rápidamente las conexiones necesarias para que ambos equipos quedaran conectados. El programa se ejecutó y comenzó a realizar una copia de seguridad de la base de datos médica de la estación espacial en el terminal portátil.
-Bien... Parece que el bloqueo de seguridad del ordenador no es nada del otro mundo... Procesando... -Los datos seguían volcándose y la barra de progreso de la pantalla iba completándose poco a poco.














-Mira, Frank, ya sé que en este lugar ninguno hemos hecho méritos para el premio a "ciudadano del año", pero estarás conmigo en que todo esto se sale de lo normal -. Explicó Laura.
-¡Martha, pon dos dobles aquí...! -Voceó Callaghan, señalando hacia su lugar en la barra, en un rincón apartado del bar, al que habían llegado un minuto antes. Los soldados se habían quedado fuera, en el pasillo de acceso.
La sala de recreo, como les gustaba decir a los tipos de la Con-Am, porque sonaba menos chabacano, era un local con una barra elíptica en el centro, que además hacía las veces de pasarela para un par de bailarines que se contoneaban de forma provocativa al ritmo de la música electrónica. Detrás, tres camareros casi resultaban insuficientes para satisfacer las demandas etílicas de los parroquianos. Algunas mesas y taburetes fijados al suelo alrededor y junto a las paredes suponían el único mobiliario.
-Después de unos años aquí, lo que hagan los del gobierno en la colonia, y más si traen una orden firmada por un juez del ministerio de defensa, es lo que menos deberá importarte; acabas de llegar, doctora. Tampoco deberá importarte si, de vez en cuando, se te extravía un poco de oxicodona o de morfina; porque a mi tampoco me va a importar. Esto es como el purgatorio: tómatelo como una segunda oportunidad. Eso que dicen de que si tú rascas mi espalda yo rascaré la tuya, ¿Entiendes? Pues con los "mandamases" es lo mismo... ¿Y qué si alguien cuela una partida de whisky en un cargamento y se saca unos dólares vendiendo un par de botellas por aquí y por allá? La vida aquí es dura, Potter, y son esas pequeñas cosas las que la hacen más llevadera...
-Entiendo... -Laura echó un trago.
-Nadie te va a expedientar aquí por haberla cagado con una dosis de tranquilizantes... Así es como acabaste aquí, ¿Verdad? He leído el informe... -Callaghan bebió, con la mirada perdida más allá de la barra, y volvió a mirar a Laura, para proseguir -. Deja que hagan su trabajo, o lo que sea que hayan venido a hacer... Puede que sea hasta algo bueno. ¿Me guardas el secreto? Parece que están investigando sobre algún tipo de droga legal; se trata de potenciadores del rendimiento físico. Los mineros trabajarían alegres y contentos, y se cansarían menos... O algo así.
-No es justo...
-¿Quién ha dicho que lo sea? Soy escocés, maldita sea... ¿Crees que es justo que esté bebiendo esta mierda? En la etiqueta pone "whisky", pero el mismísimo William Wallace se revolvería en su tumba si olisqueara el líquido marrón que hay en este vaso. Haz tu trabajo, doctora, y quizá te veas a ti misma dentro de un tiempo con una carta de recomendación en la mano, volviendo a ejercer en algún otro sitio más del tipo de la gente de tu clase... Y a tu hombre también...
-Cierra el pico y tendrás tu premio...
-Buena chica...
-Hablando de eso... ¿Potenciadores del rendimiento físico?
-¡Y mental, según creo...! Se segregan endorfinas y también hay algo que tiene que ver con la adrenalina. El caso es que necesitan analizar las muestras de sangre de los chicos, para saber si son compatibles todos con la fórmula que han desarrollado o lo que sea... Un pinchacito como si se tratara de una vacuna y, ¡Bienvenido a Oz! -De nuevo una pausa condescendiente -. ¿A que ahora no parece tan malo, doctora?



















-Supongo que no... -Levantó la cabeza y recompuso el ceño fruncido -. Si te parece, creo que me tomaré el resto de la tarde libre. Además, si después del numerito en la clínica no vuelvo por allí en un rato, imagino que a los "chicos de verde" tampoco les importará. Si alguien necesita una aspirina, que me llamen por megafonía... ¡Ah, y otra cosa...! -Consiguió algo de tiempo para invertir en sarcasmo -. Imagino que también te alegrará saber que, aunque soy inglesa, y no nos llevamos bien con los escoceses, estoy de acuerdo en algo contigo: ¡Ese whisky es una mierda! -Laura se esforzó por sonreír, se levantó y dirigió sus pasos hacia el pasillo del extremo contrario de la cantina, rumbo a la zona residencial.
Callaghan la miró mientras se alejaba, alzando su copa en un improvisado brindis; ella no tenía mal culo. Lo cierto es que, en un agujero como aquel, no había muchas mujeres, y las que había no eran precisamente modelos de Playboy. Incluso con el mono reglamentario de trabajo y la bata blanca encima como indumentaria más erótica posible, la doctora Potter podría seducir fácilmente a un tipo como él.
-Por una vez espero tener razón... -Pensó para sí mismo el jefe Callaghan -. Espero que no sea más que un chute de vitaminas... - Y apuró su copa.

viernes, 22 de abril de 2016

Dead end: víveres

-No hagas ruido, joder...
-Me tiemblan las manos, Charlie... ¿Sabes que esto no lo hacía en la oficina todos los días de 9:00 a 17:00?
-Ya... Yo tampoco; nos ha jodido... Pero como no espabilemos seremos nosotros quienes acabemos como merienda de esas putas cosas. Menos charla y llena la jodida mochila y larguémonos de aquí.
Las hileras de estantes yacían medio vacías. Algunas estaban volcadas, y otras habían sufrido los ataques y empujones de una horda, o algo parecido, y sangraban por sus propias astillas.
Aquel era un economato sencillo, con productos que la propia compañía ponía a disposición de los colonos para que pudieran acomodar sus vidas a algo remotamente parecido a lo que antes vivían en La Tierra. Ir al supermercado, a la cantina, al dispensario médico en ocasiones (y ojalá fueran pocas), o a practicar squash, levantar pesas o guantear un poco en un destartalado ring de boxeo, eran las cuatro cosas que se podían hacer fuera del intrincado laberinto de túneles.
El interior de Titán estaba a rebosar de preciado material, que Con Amalgamate extraía de la luna de Saturno, la segunda más grande del Sistema Solar. La base, situada en las dunas del centro geográfico del satélite, hundía sus "raíces" en una mezcla de roca y hielo, que casi tenía un grosor de quinientos kilómetros de ancho. El metano y los hidrocarburos también reportaban generosos beneficios a la compañía, con base en Chicago.
-Joder... No queda casi de nada, tío. ¿Qué cojones vamos a hacer con sal, un mango de una herramienta y cuadernos? -dijo Dave, un ingeniero de sistemas de unos cuarenta años a quien nadie tomaría por un héroe, pero que había conseguido una licencia de vuelo de clase 2 antes de "mudarse" de planeta.


-De momento coge el mango de la pala, por si hay que abrirle la cabeza a alguien -contestó Charlie, un administrativo un poco más alto, grueso y fuerte que Dave, cuya esposa, probablemente, estaría ahora volando sobre un teclado, intentando piratear el sistema de seguridad de la estación de atraque... O cantándole una nana a su pequeña hija para que se durmiera.
Ninguno de los dos estaba preparado para aquello. Nadie está nunca preparado para algo como eso. Ni siquiera un soldado, o alguien con un tipo de perfil de "tipo duro", puede hacerse a la idea de doblar una esquina y tener que hacerle frente a algo que antes fuera humano, y que ahora trata de comérselo a uno crudo, desposeído de toda razón y movido por un instinto de insaciabilidad inexplicable. ¿Y si ese "alguien" era un conocido o un familiar? Y por si fuera poco el dilema, trata de reaccionar en una décima de segundo, y cuando generalmente le acompañan sus amiguitos, con tanta hambre como él...
Charlie echó un último vistazo alrededor suyo, y no acertó a ver nada más que le fuera útil.
-Nada... Bueno, al menos hemos enganchado algunas latas y ese par de paquetes de alubias. Lo que quiere decir que tampoco quedaremos tantos por aquí con vida. Nos tocará hacer milagros con el agua de los depósitos de los evaporadores y algo con qué hacerla hervir, pero creo que podremos cocinar esa mierda.
-Leche, alcohol, y he encontrado bridas bajo el ordenador. Esto pesa tres cojones, pero prefiero cargarlo todo de una, y no tener que volver mucho de paseo por aquí, Charlie...
¡Clank! Un panel de una de las paredes se balanceó y se descolgó, provocando un indeseado tañido metálico contra el muro.
-¡Ostia puta...! -maldijo Dave, a quien las gotas de sudor se le habían, hacía rato, acumulado suspendidas en la frente, bajo la visera de la gorra de Con-Am que portaba -. Me voy a cagar en todo...
-Espero que los "resecos" no lo hayan oído... -dijo Charlie, girándose hacia un ventanal, opaco por la condensación interior.
Ambos se miraron uno al otro durante unos cinco segundos en silencio, esperando cualquier reacción en su entorno.
Entonces Charlie comenzó a andar hacia el ventanal, casi de puntillas, mientras amarraba la correa central de la mochila fuertemente a su cintura: ya se temía que pronto habría que aligerar el paso. Su respiración se entrecortaba, mientras trataba de no pisar cristales, tropezar con el mobiliario tirado por allí o provocar ningún otro ruido.
Se acercó al cristal de seguridad del panel, otro tiempo transparente, y frotó su superficie con el dorso de la tela de la camisa... Tan pronto como el vaho desapareció en una franja y a la primera pasada, unos ojos inertes aparecieron al otro lado, sin vida y sin parpadeo alguno.
Charlie dio un respingo y un pequeño saltito hacia atrás, pero aquella cosa se limitó a gruñir casi en un susurro, ladear la cabeza, alzar los brazos y, entonces sí, abrir sus fauces y lanzar un alarido de sonido ascendente. Al tiempo que aquel gutural sonido crecía. comenzó a golpear el cristal con ambos brazos a la vez.
-Corre...
-¿Te ha visto...?
-¿Tú que crees...? -Charlie se giró hacia Dave con los ojos inyectados en miedo.
-¡Corre!
-No griteeeees... Ssssst...
-Pero, ¡Qué coño importa, joder! ¡Que me ha visto, gilipollas! ¡Vuelve al puto conducto de aire!
En la trastienda del pequeño local, una abertura del techo les había servido para descender al almacén, y de allí al recinto principal, donde minutos antes se habían ocupado de hacer acopio de los pocos víveres que aún quedaban por saquear.
Dos operadores de sistemas, metidos a supervivientes.


-¿De dónde cojones salen...? ¿Quién cojones los ha traído aquí...? ¿Qué puta pesadilla es ésta...? -Dave iba delante, esquivando una nevera horizontal a un lado y enganchándose con una estantería de snacks al otro.
-Luego hacemos quinielas... ¡Corre: ya han entrado por delante...!
Las criaturas poseían una extraña fuerza, resultado de la suma de la de todos los individuos actuando como uno solo. No se paraban ante ningún tipo de obstáculo, provocación o mecanismo de defensa. Además, siempre se movían en grupo y rara vez quedaba alguno de ellos descolgado de la marabunta. Alguno podría sucumbir aplastado por sus compañeros de jauría antes que darse la vuelta y desde luego decirles: "¡Eh, chicos, que me estáis aplastando!"... Se parecía mucho a aquello que decía el Sr. Spock de Star Trek: "El mal de uno, el beneficio de la mayoría...". Lo importante era saciar un hambre sin sentido.
Corrieron las zancadas que les separaban del cuarto de atrás endiabladamente deprisa, y ya que Dave iba delante, se encargó de comprobar que nada les obstaculizaba al frente.
-Voy a cerrar esta puerta, pero eso no los detendrá por mucho tiempo... Espera... ¡Ayúdame con ese arcón! -improvisó Charlie.
-Cierra; date prisa, joder, joder, joder...
Arrimaron entre los dos un arcón congelador tan deprisa como pudieron al marco de la puerta, que Charlie había cerrado de una fuerte coz. Pronto, una pequeña pirámide de cajones de carga se elevaba hacia el falso techo de paneles de aluminio que albergaba todo el sistema de conductos de ventilación. Trabajaron rápido y con eficacia. Dadas las circunstancias, era eso o convertirse en comida.
-Sube tú primero, Charlie...
-¿Me estás llamando gordo?
-Vete a tomar por culo...
-No voy a discutirlo ahora, la verdad... -Charlie trataba de recuperar el resuello. Tan pronto como el más grande del dúo desapareció por el hueco del techo, giró sobre sí y extendió la mano hacia abajo, ofreciéndosela a su compañero... -¡Venga, venga, venga...! -los caminantes hambrientos golpeaban la puerta con fuerza, repetidamente y entre tétricos gruñidos.
-No me quedaré a cenar con ellos.
Dave comenzó a subir por los cajones, y tan pronto como pudo, extendió la mano hacia lo alto, buscando la de su compañero de fatigas.
-Arriba, flaco... -dijo Charlie, y Dave desapareció con él en el conducto de aire.

















Charlie y Dave comenzaron a avanzar por aquel estrecho tubo metálico, por el que ya habían tenido que ingeniárselas a gatas un rato antes. Apenas cabía un hombre de metro setenta como Dave en cuclillas, y terriblemente incómodo, con lo que, para Charlie, era un auténtico suplicio.
Atrás habían quedado ahogados los sonidos de los quejidos de los no muertos, a quienes se les había negado el ansiado alimento. Según iban avanzando por el metálico claustro, los buscadores de víveres iban regularizando sus respiraciones, y haciéndolas tan tenues como la luz de la linterna de servicio que habían encendido para moverse con cierta solvencia.
-Parece que todo se ha ido calmando... No se oye una mierda.
-No cantes "victoria" todavía. Aunque creo que esos cabrones aún no se han puesto a escalar. Hambre tendrán, sí, pero sea lo que sea lo que les ha convertido en lo que son, ahora se han vuelto gilipollas, y solo piensan en meterte un bocado... -explicó Charlie.
-¿Crees que Anna será capaz de cepillarse a Hércules? Porque esto se me antoja jodidamente duro a cada minuto que pasa y aquí no viene nadie a echar un cable.
-Pues más nos vale que pueda, porque tú y yo vimos despegar algunas naves de aquí y desconocemos si habrá salido de aquí algún mensaje de socorro desde alguna de ellas. Acuérdate de lo del grupo de antenas y el carguero que se desplomó sobre ellas. Y si todo ha ido bien, el primero que llegue aún puede tardar unos días más.
-Bueno... Sigamos arrastrando el culo por aquí, amigo; las chicas estarán preocupadas.
-Ahora mismo sólo pienso en ellas. Espero que Zöe esté durmiendo. Ya no sé qué contarle. A los niños siempre se les dice que los monstruos no existen. Si salimos de ésta, creo que me voy a pasar el resto de mi vida disculpándome con ella por haberle dicho eso...
-Yo espero vivir lo suficiente para sacarme la licencia de piloto de clase 1... Lo de tener hijos ahora me parece tan lejano...
-Sea quien sea la madre, si es que algún día consigues engañar a alguna, espero que tus hijos se parezcan a ella, porque mira que eres feo... Cabrón...
-¡Tócate los cojones...! Unos putos zombies quieren comerse mis huevos, y el puto gordo encima cachondeándose de m... -"¡Crash...!" De pronto el suelo cedió bajo Dave, que no pudo terminar la frase.
-¡Joder! -Charlie alargó el brazo, como tratando de agarrar al vuelo a su amigo, que se precipitaba hacia abajo.
Todo sucedió como a cámara lenta.
Es sorprendente cómo unos pocos segundos pueden alargarse en tu recuerdo como si fueran minutos, o incluso horas, si el instante cobra especial dramatismo. O cómo el tiempo puede acortarse a décimas cuando una vivencia concreta se llena de dulzura o felicidad. Este momento fue de los primeros...
Dave caía agitando los brazos hacia arriba, haciéndolos girar rotando sobre los hombros, al tiempo que gritaba "¡No!". En ese momento, Charlie y él se encontraban atravesando una sección de tubería que se elevaba sobre un hall de varios metros de altura, por lo que aquella caída resultaría fatal... El estruendo del cuerpo del hombre contra los escombros, y un buen número de huesos chasqueando hechos trizas contra los duros materiales apilados abajo, dejaron paralizado a Charlie allí arriba.
Esta vez, ni siquiera tanto ruido logró atraer a una nueva legión de hambrientos, pero sí las lágrimas a los ojos de aquel bonachón entrado en kilos...

lunes, 7 de marzo de 2016

Dead end: comunicación entrante

Silvie jugaba con su anillo... El café, negro y humeante, reposaba frente a ella, junto a uno de los monitores. Juntos, la piloto y su taza de café con el logotipo de Naciones Unidas, eran mudos espectadores del espacio a través del amplio ventanal del puente.
Ella no se había dado cuenta, pero él ya llevaba un par de minutos observándola desde la puerta de acceso a la cabina de mando. Todos los días, al levantarse, también le gustaba quedarse un rato mirándola si seguía dormida... Era un dulce espectáculo.
La primera vez que la vio, le dijo: "No sabía que ahora reclutaban ángeles para recorrer el espacio a bordo de sus naves...". Ella estalló de la risa, hasta casi caer del taburete, mientras apuraba la cerveza que bebía directamente de la botella. Él se sintió estúpido, y rápidamente improvisó una excusa y le echó la culpa a su estado de ligera embriaguez... Pero sea como fuere, el caso es que funcionó. Y ahora estaban juntos.
Incluso enfundada en aquel mono de color verde oliva, con las botas de trabajo, remangada y con las piernas estiradas y apoyadas en una de las consolas de navegación, seguía siendo uno de los seres más sensuales que habían pisado el universo.
-Hola, nena... -casi le susurró, mientras apoyaba las manos sobre sus clavículas y besaba su coronilla.
-¡Hey...! -replicó ella, suavemente, alzando la vista como si estuviera rezando.
-¿No puedes dormir?
-Me apetecía una ducha después de... Bueno... Ya sabes - Sonrió con picardía y guiñó un ojo -. Y me he asomado por aquí porque parpadeaba un monitor. ¿Por qué no vuelves a la cama? Yo voy enseguida... Es sólo un mensaje de audio y vídeo. El ordenador está decodificando la transmisión.
-Vale... Pero no me hagas esperar mucho... Se enfría la cama, y me quedaré dormido oliendo tu almohada.
-Te quiero, ¿Sabes?...
-Más te vale... Aunque creo que sigues queriendo más a Max que a mi -. Max era un simpático joven Beagle de tres años que acompañaba a Silvie Peters y a Gene Kirby en todos sus viajes, y que ahora se acurrucaba plácidamente en un cálido rincón del puente de la nave, junto a una salida de termodifusión de un grupo de ordenadores.
Gene desapareció por el pasillo.


-Bueno... Veamos... ¿Qué tienes para mí? -susurró Silvie para sí misma, girándose hacia la pantalla tan pronto como empezó a emitir sonido. Un "beep" repetitivo avisaba de que había terminado de procesar el mensaje entrante con el que había estado ocupado el ordenador.
Silvie pulsó la tecla de la consola, que mostraba en el centro de la pantalla "Operación finalizada. Pulse INTRO para reproducir.". El videomensaje comenzó a ejecutarse.
En el centro de la imagen, aparecía un hombre de mediana edad, sofocado como si hubiera terminado de correr un maratón. Su cara mostraba una herida encima de una de sus cejas, como de un corte profundo, que había dejado de sangrar hace poco. Hablaba, sin duda, desde el puente de otra nave, y aquel mensaje suponía un S.O.S. en toda regla.
-Al habla Roger Van Dyke, a bordo del carguero Nova 3. Emitiremos este mensaje en todas las frecuencias ininterrumpidamente. Hemos despegado de Titán. Colonia minera Hope Hill de Con Amalgamate. Estamos bien. Pero han quedado personas en tierra sin posibilidad de evacuar. Necesitan ayuda militar. Plaga de origen desconocido y hostil. Virus altamente contagioso está transformando a la gente en... ¡Dios, dense prisa! ¡No tienen posibilidad de comunicación y los recursos para sobrevivir son limitados! ¡Envíen a alguien a buscarlos!
No había terminado de decir aquello... Suficiente... Al menos alguien podría darle las gracias si el contenido del mensaje y el hecho de que llegara a la tripulación de la nave de Silvie Peters, dieran sus frutos.
Tras su última frase, aquel hombre era rodeado por media docena de brazos que tiraban de él, haciéndole caer en un alarido, y todo alrededor suyo se convertía en una orgía de sangre y gritos desgarrados. La cámara se teñía de rojo, salpicadura tras salpicadura, jirón tras jirón, hasta que una viscosa masa sanguinolenta tapó toda la óptica.
Silvie dejó caer la taza al suelo. Sus ojos se abrieron como platos, y no acertó a articular palabra... Balbuceó aún durante algunos segundos, antes de gritar tanto como pudo... -¡Gene, Gene...!
Probablemente aquel videomensaje habría llegado a alguien más, pero no era momento de hacer cábalas. Habría que ponerse manos a la obra y tratar de poner rumbo, lo antes posible, hacia la ubicación señalada. La luna de Titán no estaba tan lejos. Además, habría que intentar enviar un nuevo mensaje de socorro en todas las direcciones del universo...
-¿Qué demonios pasa, nena...? -Gene entró en el puente en calzones y una camiseta de manga corta interior blancos.
-Mira... -Silvie señaló hacia la consola con el dedo, en cuya pantalla podía leerse "¿Reproducir de nuevo? Pulse INTRO.".