miércoles, 19 de noviembre de 2014

Dead end: pelotón

-Joder... Podría haber sido más rápido... -pensó - Macabro sentido del humor el de esos hijos de puta... Pensé que sería más rápido...
El sheriff de una colonia minera en medio del espacio no suele ser un héroe legendario al que todos recordarán mañana, ni por sus hazañas, ni por su nombre. Pero al menos Dale se tomaba su trabajo en serio, y era un buen jefe para los suyos.
En el centro geográfico de ninguna parte, nadie que forme parte del equipo administrativo de una colonia minera acaba allí por tener un expediente brillante. Desde el oficial médico hasta el administrador jefe, lo más lógico es pensar en dos alternativas: o bien quienes están allí van de paso, haciendo méritos a la espera de otro destino mejor, o bien han recibido ese puesto como castigo.
Dale Ralston era una especie de "tonto santo", que había solicitado el puesto tras la muerte de su esposa, librando de la pesada carga a otros candidatos de la lotería para ese cargo. Y había encontrado una nueva familia en aquel grupo de jóvenes que, ellos sí, aspiraban a salir de aquella roca algún día.
-Mierda... Va a ser cierto eso de que tu vida pasa por delante de tus ojos a toda leche justo cuando te vas al otro barrio. Me pregunto cuánto hay de cierto en todas esas historias de muertos vivientes y esa mierda... Esos cabrones atacan... Pero no me han merendado... ¿Y ahora qué...? ¿Voy a convertirme en uno de ellos o qué...? ¡Joder... Me han dejado bonito el uniforme! -Sobre el gran charco carmesí, la socarronería resultaba descorazonadora.
Media hora antes, y sin mucha esperanza de más, aquellos chicos habían escuchado con atención sus últimas palabras antes de salir de caza.


-Muy bien, chicos... Hoy, aquí y ahora, se acabaron los rangos. Sabéis que os considero algo más que mi equipo, y además se trata de supervivencia -sonaba terriblemente real. -Así que iré al grano: no sé cuánto tiempo nos queda y si alguien vendrá a por nosotros. Supuestamente todo eso está previsto y si no comunican con nosotros en un espacio razonable de tiempo, deberían mandar a alguien a echar un vistazo. Los sistemas están fritos en esta parte de la base, y no sabemos si alguien tendrá algún walkie operativo en otra parte, así que voy a quedarme aquí y escanearé todas las frecuencias para comprobar si hay alguien a la escucha.
-De acuerdo, jefe. Yo me llevo a los chicos - dijo Jonas, el segundo de a bordo.
Se trataba de recorrer el espacio más cercano a las instalaciones de seguridad, para recoger enseres, útiles, comida... El "ABC" de la supervivencia básica.
-Tened cuidado; nada de tonterías. Esos hijos de puta se las han arreglado para dejar esto destrozado. No sabemos cuánta gente ha conseguido huir y todos hemos visto el grupo de antenas irse a tomar por culo. Todo empieza ahora. Todo es ahora. Vamos a organizarnos. Lo ideal sería saber, antes que nada, cuántos de nosotros quedamos y si alguien cuenta con conocimientos como para ayudar a planear una alternativa a eso de sentarse a esperar...
Jonas Brown era un corpulento ex-militar que había participado en un buen número de misiones de colonización de sistemas en los últimos quince años. Ahora había llegado el momento de bajar las revoluciones de su vida, y tratar de hacer carrera como profesional de las fuerzas del orden. Un buen número de medallas, menciones y su experiencia en artes marciales, con cinco campeonatos de Muay Thai en su estantería, le habían asegurado un puesto en el equipo del sheriff de la colonia por la vía rápida.
Si había un lugar seguro en el que resguardarse en aquella base y ante una situación de peligro extremo como aquella, era la espalda de Jonas Brown. Sin duda aquel hombre contaba con el respaldo del jefe Dale, y algún día pasaría por encima de él y progresaría en el escalafón gracias a sus incontables habilidades operativas. El jefe Ralston se sentía orgulloso de él como un padre o un hermano mayor lo están de su familiar menor, aunque no le hubiera criado ni le hubiera enseñado nada... De hecho sólo se conocían desde hacía unos tres años.
-¿Habrá bastante munición para todos, jefe? -preguntó Brown.
-No... -respondió Ralston entre pesaroso y tremendamente lógico -. Pero tú cuidarás de ellos y ellos cuidarán de ti. Chicos... Hagan caso de Jonas como de la Santa Biblia, y les irá bien. Por lo poco que hemos podido averiguar, el ruido y las luces brillantes no son buenos amigos si pretendemos pasar desapercibidos. Voy a bloquear la entrada. Tenemos walkies. Restringimos las comunicaciones a lo meramente necesario... Ahorremos en esfuerzo y en nervios... Por no hablar de la puta munición, porque con lo que tenemos no podríamos contener ni un ataque de almorranas.
-¿Alguna idea de dónde ir primero...? -Zed, un tejano de algo más de veinte años, estaba a punto de cagarse encima.
-Vamos a tener que ir eliminando dependencia por dependencia. Esto no es Nueva York, pero tiene el tamaño de un pequeño pueblo de la frontera con Méjico, aunque estemos bajo una cúpula de vacío...
-¿Y las líneas de teléfono...? -la siguiente pregunta del millón corría a cargo de Bennett, casi en la treintena.
-Los teléfonos van por IP, así que, frita la infraestructura informática, fritos los teléfonos... Sólo los intercomunicadores, que son más viejos que mi abuela, son mecánicos... Pero ya me contarás si no habrán reventado, o se habrán quemado...
-Menos charla, nenas... -interrumpió el sheriff -. Y pongámonos en marcha como si tuviéramos prisa...


Antes de que se dieran cuenta habían avanzado un par de centenares de metros sin toparse con ningún molesto transeúnte. Aquellas extrañas y lentas cosas parecían reaccionar ante cualquier presencia y volverse rápidas y letales como por arte de magia. No había que hacer ruido, ni crear ningún tipo de "fogonazo" de luz que pudiera llamar su atención... Aunque llegado el momento oportuno, esos eran datos que podían usarse en favor de uno, para provocar la reacción deseada.
La sala de administración de Seguridad que la Con Amalgamate había dispuesto en aquella base estaba emplazada en uno de los costados del bloque central, y a ella se accedía desde dos largos pasillos octogonales, que confluían en un distribuidor central, más ancho y a su vez lleno de estancias administrativas varias. Era una ratonera desde la que sólo se podía entrar o salir desde un punto, pese a la bifurcación del pasillo.
El Control de Seguridad contaba con tres niveles de altura, siendo el superior el destinado para el despacho del sheriff, el intermedio a la oficina y los aseos y el inferior a esa media docena de celdas de suspensión de atmósfera que rara vez ocupaba nadie; o al menos nadie más que algún borracho que se hubiera propasado con la bebida durante el fin de semana.
Moviéndose como auténtico sigilo, los chicos de Jonas esquivaron mesas, sillas, servidores informáticos y estanterías apiladas a modo de barricadas, armados con sus revólveres y escopetas del calibre 12. El calor era insoportable, y la única banda sonora que acertaban a escuchar de vez en cuando, eran los lastimeros lamentos de algunos de aquellos seres, inmovilizados pero no muertos, sepultados bajo algún escombro...
Atravesaron las oficinas de Administración y Personal, tomándose su tiempo, y llegando en unos minutos a la zona de ocio, con los comedores y la cantina... Lo cierto es que se trataba de un buen número de pasillos que podían hacer perder la cabeza (y la orientación) a cualquier recién llegado, pero no a ellos, obligados a memorizar cada esquina, cada conducto, cada canalización y tubería. Eso les hacía eficaces, aunque no fueran la élite de ninguna fuerza de combate.
-Ahí a la derecha esto empieza a ensancharse... -comentó el líder -. Y lleva hacia las minas una vez pasados los barracones de los obreros. Una parte puede estar derrumbada, porque las antenas estaban encima... -concluyó.
-A la izquierda los invernaderos... ¡Comida, tío! ¡Y puede que herramientas y dinamita o algo así! -añadió Zed.
-Creo que tomaremos esa dirección; nadie en su sano juicio se metería bajo tierra para huir de estos... -la frase de Jonas quedó interrumpida súbitamente por un terrible estruendo a sus espaldas -. Pero, ¿Qué cojo...? ¡Ahí, detrás de esos paneles!
Unos cuantos seres, a medio estadio de putrefacción, vago y grotesco recuerdo humanoide de lo que una vez fueron, irrumpieron en escena apartando con torpes pero contundentes manotazos unos cuantos escombros que habían ayudado a mantener oculta una grieta en la pared de un esquinazo.
Jonas Brown, Zed Shelton y Bennett Stanton tendrían ahora la oportunidad de demostrar si de algo servía ser los únicos poseedores de armas y munición en aquella roca, y de hacer valer sus cargos de agentes de la ley.
-¡A las piernas, o no les pararéis! -ordenó el jefe de escuadrón.
-¡Acabemos con ellos! -prosiguió Bennett.
¡Blam, blam, blam...! Las atronadoras escopetas dijeron las siguientes frases. Allí había suficiente espacio como para tomarse tiempo para apuntar, así como para replegarse si fuera necesario.
Unos disparos más tarde, todo había acabado.
-Bueno, no me ha parecido tan difícil...
-No me jodas, Zed... Lo será después. No va a ser todo un caminito de rosas. Larguémonos de aquí cagando leches; no demos tiempo a que los amiguitos de estos vengan a traerles flores al entierro...
Las sombras de los tres agentes de seguridad que Con-Am había destinado en la mina de clase 2 del asteroide Titán, a las órdenes de Dale Ralston desaparecieron por el distribuidor que desembocaba en una rampa a la explanada exterior... Antes tendrían que atravesar los invernaderos.


-Mierda... Esto se acaba, Dale... ¿Por qué me están dando esos pinchazos en la cabeza? ¿No me podría morir de una puta vez y ya está...? Uf... Y esa sensación... Como de borrachera... Se me está yendo la cabeza...
De pronto fue como si las luces se fueran atenuando, y algo en la humanidad de Dale también fuera apagándose... Las luces volvieron, y todo ganó algo más en nitidez; pero sólo parcialmente. Al tratar de enfocar la visión, los bordes de la escena se desdibujaban borrosos, y sólo una pequeña ventana en el centro quedaba algo más definida. Además, había un filtro rojizo que lo teñía todo frente a él.
En sus últimos estertores como ser humano y sus primeros balbuceos como otro ser, tan sólo acertó a pronunciar unas últimas palabras, a modo de epitafio en vida: "Cuida de los chicos, Jonas...".