lunes, 16 de septiembre de 2013

Regreso a casa (séptima parte)

Una vez hubieron terminado la ronda por la proa del pecio, los chicos de la escuadrilla "Alpha", que de nuevo había reunido a Chávez, Rawlings, Cortesse y Bukowski en un solo grupo, decidían con el mando de la USCM Achilles los siguientes movimientos.
Ajenos por completo a lo que les había sucedido a sus compañeros en los compartimentos de la parte de atrás de la nave, los chicos del 226º Escuadrón Táctico del Cuerpo de Marines Coloniales, trataban de organizarse. Mirando en todas direcciones, los fusiles en alto, dando en círculos pequeños y nerviosos pasos sin dirección, se hallaban en la cabina de control, una especie de pequeño anfiteatro semicircular a dos niveles de altura.
Contaba con 6 puestos: 2 en la parte de abajo, frente a los amplios ventanales dispuestos en forma de media circunferencia, que ofrecían la siempre espectacular vista del espacio profundo y abierto en un balcón al infinito; y otros 4 en la parte superior del piso. Abajo, piloto y copiloto se encargaban de las maniobras básicas; arriba, dos asistentes-navegantes se ocupaban de los cálculos complejos y maniobras de aproximación, meteorología y apoyo y dos operadores de comunicaciones y logística del resto de tareas de vuelo. Se trataba de un habitáculo no excesivamente amplio, pero que cumplía sobradamente con su propósito práctico (sobre todo si se piensa que la mayor parte de estos viajes se reduce a dos maniobras: un despegue y un aterrizaje). Durante el resto del viaje, la computadora de la nave se encarga de mantener el rumbo en piloto automático.
Rawlings apoyó los dedos índice y corazón de su mano derecha sobre el auricular de su casco, y comenzó a hablar con el puesto de mando de la Achilles… -¿Qué cojones ha pasado ahí atrás, teniente…? - inquirió nerviosamente.
-Tranquilas, nenas… -respondió el sargento Verheyden -. El mismo problema de comunicaciones que afectó a los pasajeros de la nave, pudo afectar a nuestros muchachos. A lo mejor no es un problema de la radio, si no del aislamiento térmico y acústico del revestimiento de la parte trasera de la Paris. Quizá en esos bloques de carga de popa guardan algo importante, y un blindaje de seguridad impide que las ondas de radio se propaguen al exterior y…
-¡Y una mierda, sargento…! ¿Y entonces lo que hemos visto en la terminal sobre los localizadores de vida? ¡Propongo que vayamos allí cagando leches! ¡Esta gente está muerta!, ¿Me oye? ¡Muerta! ¡Y a saber en qué fregado están metidos los chicos! -dijo a gritos Bukowski entre afirmaciones y movimientos de cabeza del resto de sus compañeros -. ¡Y nosotros mientras paseando a Miss Daisy! ¡Ya deberíamos haber dejado de dar vueltas por aquí hace rato y haber salido cagando leches hacia popa... "Señor"! ¡Debió avisarnos cuando dejó de recibir en los monitores imágenes de las cámaras de sus cascos!


















-¡Acate las órdenes, soldado! -se impuso el teniente Gardner -. La cosa va a ir suave, como con vaselina, ¿Me ha oído, hijo? ¡Y todo lo que a usted se le esté pasando por la cabeza, a mi ya se me ha ocurrido antes! ¿Entendido? ¿O qué cojones pretendía? ¿Que mientras ustedes salían a toda leche en plan Indiana Jones, alguien esperara a que se dieran la vuelta sin asegurar la zona para clavársela por el culo…? ¡Mira, mocoso, no me jodas, o te meteré un paquete que te tirarás fregando letrinas hasta que jubilen a Kierkegaard! ¡Ahora podríamos tener a los dos equipos comprometidos en vez de uno!
-¡Oiga, no me joda… Usted no está aquí abajo, y…! -se enfureció Cortesse.
-¡Silencio; es una orden! -, atajó el teniente desde la distancia. El pelotón guardó silencio y escuchó -. ¡El sargento tiene razón! ¡Si no hubieran asegurado primero la proa, ahora podría no haber ningún equipo de rescate para "Bravo"!... Así que, ¡Cállense de una puta vez! Muy bien... ¡Han registrado todos los compartimentos de proa y no han encontrado nada! ¡La zona está asegurada, así que quiero que usen una terminal para sellar todas esas habitaciones! ¿Entendido? -Chávez apoyó su rifle sobre el costado de un puesto de navegante, se sentó en el ordenador y comenzó a realizar las operaciones necesarias para el sellado de todas las habitaciones, y así ahorrar tiempo, mientras Gardner seguía hablando -. Van a avanzar a toda leche de regreso al hangar. Kierkegaard ya se ha comunicado por línea interna con la unidad "Wasp 1", y están esperándoles con los motores en marcha por si hay que salir a la puta carrera… Tomarán el segundo ascensor y subirán a reunirse con la unidad "Bravo" e investigarán lo sucedido ahí atrás. ¿Me he explicado con claridad, marines?
-¡Señor, sí, señor! -gritaron.
-¡Muévanse! -concluyó el oficial.
-¡A cal y canto! ¡Vámonos, cabrones! -ordenó el cabo hispano golpeando con el puño cerrado el hombro de Rawlings, tan pronto como terminó de operar el terminal, se puso en pie de nuevo y recogió su arma.
-¡Woa! -celebraron todos.
La puerta octogonal doble de la sala de control se abrió, y los marines salieron al trote por el pasillo.
A cada uno le invadían distintos fragmentos de pensamientos mientras recorrían el vientre de aquel gran pedazo de metal. Aquel placentero viaje de regreso a casa, aderezado con unas cervezas, tras una comida decente, una ducha caliente y en medio de una conversación, no muy brillante, pero lo suficientemente divertida, se había truncado, a saber aún por qué...
Llegaron a la bifurcación, y de nuevo se separaron de dos en dos, formando los mismos equipos que cuando habían registrado el lugar, al principio de su misión.
-¡"Raw" conmigo por la izquierda! ¡Vosotros por vuestro pasillo! -dijo Chávez.
Volvieron a unirse frente al ascensor, que les aguardaba donde lo habían dejado.
Presionando el gran botón amarillo en forma de seta junto a la puerta doble de acero, Chávez miró a todos.
-Entrad ahí, señoritas… Vamos a por ellos. -el discurso del mexicano ahora era mucho más pausado y comprometido.
Chávez se quedó a un costado de la puerta, esperando a que todos sus compañeros entraran en el habitáculo del ascensor, y entonces cerró la marcha.
Mientras tanto, en el hangar, Harrelson ya había realizado todo el chequeo de la AD L4, cuyos motores en espera zumbaban con un silbido de fondo de los postquemadores. Eastwood no estaba en cabina; había descendido por la rampa posterior de la cañonera con un rifle de asalto en la mano, aunque no vestía la habitual armadura ligera de intervención, si no el mono de vuelo y el casco reglamentario, con las gafas subidas.
El ascensor completó el descenso y los miembros del pelotón "Alpha" salieron escupidos de su interior en fila, encabezados por Chávez. Los cuatro recorrieron a la carrera el hangar, y al llegar a la altura de la nave que les había llevado hasta allí, recibieron el apoyo de Eastwood, que se unió a ellos como en una carrera olímpica de relevos…
-Bien… Vamos allá… -dijo Eastwood.
-¿El ascensor del sector de popa? -preguntó Chávez, mientras no dejaban de correr.
-Abajo y bloqueado, esperándonos… Por lo que sea tiene algún tipo de mecanismo de retorno, que hace que descienda a este nivel una vez utilizado. Lo he comprobado antes, cuando "Bravo" ha subido ahí -. Explicó el copiloto.
-Roger… Subimos; te quedas arriba bloqueando la puerta. No podemos permitirnos que ese sistema nos deje sin ascensor si hay que salir por patas, ¿Entendido? -pidió Chávez.
-Ya lo había pensado… He dejado algo que hará de cuña para sujetar la puerta cuando subamos.
-Bien…
Entraron en el ascensor y comenzó el ascenso.
-Bien, chicos. Lo quiero caliente y húmedo… Caliente y húmedo, ¿Entendido? -explicó Chávez -. Y no quiero chapuzas. Son los nuestros los que están ahí arriba… Si hay que dispararle a algo, que sea con ráfagas cortas. No uséis el lanzagranadas si no es necesario y ojo a dónde apuntamos, porque no tenemos ni puta idea de dónde nos estamos metiendo y podemos estar rodeados de tanques de combustible o alguna mierda nuclear… Y lo mandamos todo a tomar por culo con una sola bala…
-¿Y entonces…? -interrumpió Cortesse.
-¿Y entonces qué de qué, "fetuccini"? ¡Joder!, ¡Que no quiero morir sin echarle antes otro casquete a tu madre, hombre! -Chávez volvía por sus fueros -. Atentos, maricas. Esto va en serio. "East" nos guarda el culo con el ascensor bien calentito, y nosotros a la puta carrera y apuntando al frente, de dos en dos como cuando hemos revisado la proa. Se supone que el pasillo se bifurca como el de proa; ya lo vimos en los planos de Kierkegaard en la Achilles.
Lo cierto es que, llegados momentos tensos, Chávez no era un mal jefe, si no más bien todo lo contrario: sabía ganarse a su gente, y era bastante organizado. Si se lo planteaba, podía conseguir ser un buen suboficial, improvisar si era necesario, y dar lo mejor de sí mismo el 100% de las ocasiones.
-Coño, tíos… Esto no me gusta una mierda… -insinuó la fémina del grupo.
-Vamos, nena, que no se diga que tus ovarios cuentan menos que mis cojones… -intentó tranquilizar Cortesse; y las puertas del ascensor se abrieron con su orquestado y parsimonioso protocolo.
El silencio sepulcral y estanco del elevador se rompió con el sonido de la sirena que había activado el equipo "Bravo" al desbloquear la puerta del almacén de popa.
-Esa no creo que sea la orquesta a la que se refería el sargento en la nave antes… ¡Una puta sirena! -advirtió Bukowski.
El aire tenía también un olor extraño.





Los marines avanzaron con mayor ligereza por los pasillos en los que se dividía aquella "espina dorsal" trasera de la nave, tal y como les había indicado el jefe de escuadra. Tomando el camino de la izquierda, inexplorado antes por el desaparecido equipo "Bravo", Chávez y Rawlings, y el de la derecha Bukowski y Cortesse.
Antes de perderse de vista entre ellos al separarse, se echaron un último vistazo, y dirigieron una mirada a Eastwood, albacea de su retaguardia.
-Chicos… Mantened la radio en todo momento abierta e informad de cualquier cosa. En la Achilles no nos escuchan, pero el alcance de nuestros transmisores creo que si será suficiente para que, al menos, podamos escucharnos entre nosotros. No os hagáis los héroes. Volvamos a casa andando y no en una bolsa de plástico -recordó Chávez -. Yo llevo el detector de movimiento; si veo algo os lo haré saber, ¿De acuerdo?
-Estamos en tus manos, chico. Espero que las bajas sólo sean las de la tripulación y aún encontremos a los nuestros… -dijo Cortesse.
-Y recordad: ráfagas cortas; nada de granadas. Despacito y ni siquiera os asoméis a los compartimentos: sellar desde fuera cada puerta por la que paséis con los mecanismos manuales contra incendios. Abrís los paneles señalizados en negro y amarillo que hay junto a las puertas y tiráis hacia abajo de las palancas; eso bloqueará las puertas y nos evitará sorpresas. Además, si los chicos están por ahí atrás los veremos enseguida, o al menos sus señales de lucha…
La respiración se aceleraba, así como los latidos de aquellos cinco corazones. Eastwood no dejaba de apuntar al frente, alternando la vista a la derecha y la izquierda cada cierto tiempo, mientras susurraba algún tipo de oración para sí mismo. Había utilizado un cajón de suministros para hacer de tope entre las puertas metálicas del elevador, y así impedir que se cerrara, y aguantaba estoicamente su posición mordisqueándose el labio de abajo.
Rawlings iba al frente de su dupla, cubriendo a Chávez mientras éste iba accionando las palancas de cierre manual contra incendios de tantas salas por las que iban pasando, básicamente pequeños almacenes y laboratorios auxiliares; lo propio hacía Bukowski con Cortesse por el pasillo del otro ala. Coreografía espartana de zancadas, parada, apertura de panel y bajada de la palanca. Y vuelta a empezar…
-¿"Buk"… "fetuccini"…? ¿Cómo vais? -se interesó Chávez.
-Veo el final del pasillo. A este lado sólo había un par de salas muy grandes: un comedor con cocina y laboratorios. Estaban conectadas una con otra por dentro, y todo parece indicar que ha habido actividad hostil en el interior... Está todo desordenado. Ahora están cerradas. Al otro costado sólo salas de almacenaje -respondió Cortesse, pese a algunas interferencias de la radio.
-En nuestro lado había más trabajo, pero no importa… Bien, muchachos. Ha llegado el momento de la verdad. Giramos la esquina y avanzamos hacia la maldita sala. Atentos… Sigo sin señales en el detector de movimiento… -informó Chávez.
Ambos equipos giraron la esquina de sus respectivas bifurcaciones y volvieron a verse las caras. Tan sólo tuvieron que recorrer unos pocos metros para encontrarse frente a la gran puerta de la sala, y para entonces, aquel extraño olor que el aire les había revelado desde que desembarcaran del ascensor, se había intensificado considerablemente.
Aquella mezcla entre cenizas de algo recién quemado, alcohol, almizcle, muerte y putrefacción era difícilmente soportable, y fácilmente provocaba la náusea.
-¿A qué coño huele aquí? -dijo Cortesse llevándose una mano a la cara para taparse la nariz -. Voy a echar la papilla…
-¡Bengalas, ya! -indicó Chávez.
Una tras otra, las luces blancas de los primeros fogonazos, dieron paso a las más tenues y constantes, algo menos intensas, de los rojos posteriores de más o menos media docena de bengalas. La gran sala de almacenaje cobró más color, más luz y más intensidad.
La muerte se reveló, por fin, tan verdadera y expectante como desde el principio de los tiempos.
-Dios del cielo… -Cortesse no dabe crédito mientras se santiguaba. Rápidamente alzó el fusil, girando sobre sí a la búsqueda de un blanco.
-¡Santa María, madre de Dios! -Chávez hizo lo propio.
-Pues como yo soy atea digo… ¡Que se jodaaaaan! -Bukowski levantó el arnés de la smartgun y se ajustó la mira del ojo a visión nocturna y comenzó a disparar a las paredes… Aunque no le sirvió de nada, porque aparentemente allí no había nada a lo que apuntarle... O al menos nada "visible".
Los cadáveres desmembrados de sus compañeros yacían por pedazos, como un macabro puzzle, por doquiera que mirasen, junto a los de lo que parecían los miembros de la tripulación.
Los pedazos de los cuerpos muertos se asemejaban a los tétricos aderezos de una sopa de muerte, cocinada a base de sangre y vísceras... Y la luz roja de las bengalas sólo podía contribuir a que el rojo intenso de la sangre pareciera más fresco.
Las paredes estaban cubiertas por una especie de sustancia resinosa secretada por algún organismo vivo desconocido, que había convertido aquel habitáculo en un cálido hogar.
Aquella sustancia lo recubría todo, hasta el punto que parecía que los marines se habían metido en el vientre de alguna criatura de mayor tamaño, y trataban de reventarla a balazos desde su propio interior, como Jonás en el estómago de la ballena.
Bukowski giró un par de veces disparando en círculos hacia lo alto, sin un blanco concreto, y gritando como nadie la había escuchado gritar jamás, al menos entre sus compañeros del escuadrón, hasta que un grito aún mayor, y mucho más agudo, entre el bramido de un elefante y el chirrido de una cuchilla contra una placa de cristal, sirvió de prólogo para su horrible muerte. Una criatura de unos dos metros de estatura cayó desde lo alto a su espalda, sujetándola con fuerza por los hombros y levantándola como si apenas pesara cinco kilos. Acto seguido, aquel guerrero de la oscuridad abrió unas enormes fauces longitudinales y dejó salir de su interior una especie de larga extremidad, en cuyo extremo aparecía una afilada boca compuesta por dos hileras de brillantes dientes, que en la oscuridad lucían con increíble claridad, como si estuvieran hechos de platino... En menos de un segundo, ese "latigazo" la atravesó el pecho, al tiempo que ella soltaba un estremecedor alarido.
Sabiéndola muerta, sus compañeros se giraron a un tiempo y apuntaron a ambos...
-¡Fríelooooo...! -profirió sin piedad Cortesse. Y las balas de munición explosiva comenzaron a salir de sus fusiles M41 como una lluvia letal hacia el xenomorfo, que en unos segundos ya era historia...
-¿Dónde están? ¿Dónde están? -preguntó Rawlings.
-¡Qué más da! ¡Vámonos de aquí! -se desesperó Chávez zarandeando al novato.
Se giraron para enfilar el pasillo en dirección al ascensor, donde Eastwood protegía la huída, y en ese momento, algo húmedo y ácido bañó de lleno el rostro y el brazo derecho del que más próximo se encontraba a la pared de la derecha: Cortesse. El desgarrador grito taladró los oídos de todos.
-¡Aaaaagh...! -la carne de su rostro y su brazo se quemaban en décimas de segundo con intensidad, y el intenso castigo le hizo caer de rodillas y desmayarse por la intensidad del dolor. Había dejado caer su arma y se había llevado la otra mano a la cara. Ahora yacía inconsciente, en postura fetal, en el suelo.
-¡A la derecha "Raw"! -indicó el chicano.
Rawlings cargó una granada explosiva en el rail inferior de su fusil de asalto, apuntó y disparó entre dos contenedores de almacenamiento, desde donde el misterioso atacante había dejado fuera de combate a su compañero y ya había iniciado carrera para abalanzarse sobre ellos.
-¡Nooooo! -Chávez estiró el brazo tratando de desviar el cañón del arma, pero no logró frenar a Rawlings.
El impacto de la granada de fragmentación dio de lleno contra su blanco, que reventó en mil pedazos convirtiendo al guerrero invencible en una lluvia de ácido y muerte, que también impregnó al mexicano.
Tendido en el suelo y revolcándose cubierto por aquella sustancia pegajosa y ácida, Chávez se quemaba como si lo cubriera lava de un volcán. Sus gritos también parecían de todo menos humanos. Rawlings estaba sólo. O al menos, si sus compañeros estaban malheridos por el ácido, no podría contar con ellos para lo que se avecinaba...


-Joder... Joder... ¡Jodeeeeer! -miró alrededor, pero no quedaba nada de la batalla. Y entonces escuchó el grito... Diez veces más intenso, diez veces más feroz, diez veces más alto que el de aquel guerrero que había segado la vida de Bukowski.
Sus brazos eran largos, y sus manos enormes. Y de dos zarpazos aparto sendos contenedores como si fueran cajas de cartón, que fueron a estrellarse contra las paredes laterales. El soldado se mantuvo firme, pero comenzó a notar cómo la sangre se le hacía más densa en las venas. Al fondo de la sala, majestuosa, aparecía la criatura, al menos cuatro veces más grande que las criaturas-guerrero.
El teatro de fondo para aquel duelo, que Rawlings aún no había observado en su totalidad, no sólo lo formaba aquella sustancia resinosa que cubría las paredes. Entonces se dio cuenta...
Algunos cadáveres de tripulantes y de marines habían sido adheridos a las paredes... ¿Qué era aquello? ¿Una sala de trofeos? Y los huevos... De medio metro de altura... Al fondo la sala estaba llena de ellos... Aquella criatura era una especie de "reina", y en los huevos hibernaba su descendencia...
Rawlings se apoyó firmemente sobre el arma, y comenzó a vaciar el lanzagranadas, un disparo tras otro, rodando de vez en cuando por el suelo hacia izquierda o derecha para cambiar de dirección y hacerse menos previsible para aquel monstruo, que ya había emprendido el embiste contra él.
En un par de ocasiones logró impactar muy cerca de una de sus extremidades, causándole gran daño. Aún así, aquella criatura, coja y todo, seguía suponiendo una amenaza sin parangón.
-¡Maldita bastarda, hija de perra! -maldijo mientras descargaba una andanada explosiva más.
La criatura volvió a chillar cuando algunos huevos reventaron por culpa de las explosiones de los sucesivos ataques con granadas. Sin duda aquello la enfureció aún más, e hizo que cargara contra Rawlings, cojeando, agitando los brazos en el aire tratando de alcanzarle.
Con un rápido movimiento, más fruto del miedo que de la habilidad, "Raw" consiguió esquivarla por debajo de sus "piernas", al tiempo que una ráfaga de su fusil conseguía impactar de lleno en la zona de su pelvis.
"Raw" pensó que ya estaba todo hecho, y que aquella ráfaga prácticamente acababa de zanjar el duelo a su favor, pues pudo ver como la criatura caía de rodillas y golpeaba con la cabeza en el suelo tras de él... Pero en ese preciso momento sintió como un frío trozo de acero partía prácticamente en dos su torso por la mitad... Uno de los contenedores a medio destrozar, que antes golpeara el monstruo en uno de sus ataques de ira, había dejado un trozo de acero expuesto, agudo, en forma de punta de lanza... El mismo que ahora "Raw" miraba atónito, expuesto, saliendo por una sangrante abertura en el centro de su pecho... La sangre manaba a borbotones copiosamente, y la vida se escapaba deprisa, mientras el novato del 226 observaba los últimos estertores de vida de aquella mitológica criatura a la que había conseguido vencer, aunque ya no sirviera para nada...


EPÍLOGO

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-¿Amor...?
-Dime peque...
-Ve apagando la consola, que ya está la cena...
-¿Me da tiempo 5 minutos más a ver si me paso este nivel?
-¡5 minutos!
-¡Vaaaaale...! ¡Me cago en su puta madre, con el nivel de los huevos... No hay un dios que se lo pase, joder!

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-Oye, Rawlings, ¿Tú alguna vez te lo has montado con una androide? -preguntó socarronamente el hispano del pelotón, que acusaba ligeramente la ingesta de alcohol. Todos se rieron a carcajadas.
-Vaya... Acabo de tener un déja vu... Es como si esto ya lo hubiera vivido antes -respondió el nuevo recluta del 226...

2 comentarios:

  1. hola don David,
    He creado un nuevo blog y me gustaría invitarlo a participar. Apenas estoy empezando así que me vendrían bien nuevos amigos. Usted se ganaría uno también si así lo desea.

    Saludos
    Jacob K

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  2. Un placer, amigo Jacob K.
    Será un honor. Añádeme a tu lista de amigos y será un placer...

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