-Gracias, Ortiz. Ya sabe... Es un trabajo muy duro, pero alguien tiene que hacerlo -, contestó el capataz con una frase hecha y una sonrisa medio forzada.
Nathaniel Ortiz levantó la mirada sonriendo. -Lo digo en serio... Llevo viajando por este sistema supervisando explotaciones, comprobando protocolos de seguridad, estableciendo parámetros para intentar mejorar el rendimiento de las instalaciones y facilitaros el trabajo a vosotros, mucho tiempo... Y lo cierto es que jamás había visto estos índices de rendimiento en la producción...
-Bueno, vuestra maquinaria es cojonuda, Nat...
-Hablo de rendimiento humano, Lester... O sois una especie de "súper hombres", o no me lo explico...
-Ya... Bueno... No sé; los chicos están motivados... -el rostro del capataz del primer turno empezaba a retorcerse, y su boca se contorsionaba en una mueca que no iba a juego con sus ojos, que aún trataban de sonreír...
-¿Qué coño pasa, Les? -Nat Ortiz se puso serio, dejó el informe y su carpeta sobre un palier de materiales y se cruzó de brazos en actitud defensiva.
-¿Eh...?, ¡Nada, hombre...! -de pronto, Les Cartwright dio dos zancadas hacia el ingeniero, le agarro por el brazo y se lo llevó detrás de unas cajas apiladas contra una de las paredes de la galería 3.
-¿Qué haces...?
-Joder, Nat... ¡Aquí están pasando cosas! ¡Pero no se puede abrir la puta boca! No podemos hablar con libertad aquí. Creo que deberíamos subir a la cantina o al menos intentar que no nos vean de ninguna manera. Como me pillen diciéndote esto, me facturan en una bolsa de plástico en la próxima lanzadera...
-¡Tranquilo, y explícate, coño!
-Ya sabes que aquí hay muchos obreros que se ponen con "mierda" sintética; la compañía hace la vista gorda e incluso se rumorea que sacan tajada participando del negocio. Hay que estar como una puta cabra para solicitar trabajo en estas instalaciones, o estar huyendo de algo, o vete a saber... Nadie se metería en este agujero estando cuerdo. El estrés y la presión acaban con cualquiera. Todos acaban cayendo en el Neobarbital o la Metacoxidona.
No sé cómo cojones lo han hecho, pero conocen nuestras debilidades y se han aprovechado de ellas... Nos han colado alguna mezcla con las dosis que consumimos. ¿Te acuerdas de mi primer oficial, Reif?
-¿Tu jefe operador de perforación?
-Sí, ese... Le perdimos hace unos días. Antes de que tú vinieras. Estaba cambiándose en los vestuarios. Esa jornada se largó un rato antes: migraña. En las duchas había dos tíos hablando de cómo se estaban introduciendo dosis de no sé qué potenciador del rendimiento. Un asunto del Gobierno; un test. Nos están usando de cobayas, Nat. A algunos empezó a afectarles antes, pero a todos, tarde o temprano, de alguna manera: te sangra la nariz, te duele la cabeza, pero eso sí, te aceleras como un puto toro y te pones a currar a destajo, como si mañana no fuera a amanecer. La Con-Am ha prometido pluses por productividad y hay gente apuntándose a turnos dobles... El tío me lo contó. Te lo juro, estaba acojonadísimo...
-Me cago en la puta... -Ortiz estaba sorprendido, y empezaba a preocuparse seriamente. Miró alrededor suyo, como para asegurarse de que nadie pasaba por allí, y prosiguió -. De acuerdo. Si es como dices, no sé cómo cojones lo vamos a denunciar o a parar. Entiendo que no habrás intentado comunicarte con el exterior, y con nadie de la administración, ya que si lo haces, estás muerto. Aquí es fácil sufrir accidentes trabajando, ya me entiendes... Aún tienes que explicarme de qué murió Reif.
-Apareció con la cabeza aplastada en un túnel, la escafandra estaba reventada, y dentro sólo quedaba una puta papilla roja, tío... Un desprendimiento del techo de la galería, dijeron... ¡Mis cojones...! Así que me he quedado callado como una puta con sífilis desde entonces. No sé si es que le pillaron intentándoselo contar a alguien más, o tratando de enviar un mensaje al exterior; un periodista tal vez... Pero está claro que irse de la lengua le costó la vida.
Organizaron una vacunación rutinaria hace semanas. Todos los trabajadores. Dijeron que era obligatorio y nadie hizo preguntas. Entiendo que con esa primera dosis consiguieron inocular algún tipo de sustancia dentro del cuerpo, que ha ido causando un síndrome de abstinencia permanente... En los días posteriores la gente no podía tenerse en pie si no se chutaba, e imagino que sabían que toda la población obrera de la colonia consume drogas sintéticas para evadirse. Así que reforzarían el efecto de la primera dosis a través del consumo, mezclando lo que sea que han traído aquí con lo que la gente se mete habitualmente.
-Obviamente los afectados seríais básicamente los obreros, ya que el personal de oficinas no sería vacunado, porque no baja a trabajar a los túneles, y les da igual... ¿No?
-Exactamente. A los de oficinas no les vacunaron que yo sepa; como dices, ellos no tienen que picar.
-Y si alguno de administración consume, o bien sus dosis no están mezcladas con la nueva sustancia, o los efectos serán más lentos al no haber recibido antes la dosis de partida... -el ingeniero se puso a pensar, mientras el oxígeno dentro de la escafandra continuaba dejando pequeñas nubes de vapor contra el cristal -. Lo que no acierto a imaginar es qué excusa pondrían para vacunar a la gente de aquí abajo...
-Algo de tipo higiénico, dijeron, pero...
-Me quedan un par de días en Hope Hill... Tengo que pensar. Conozco a ciertas personas de la Administración Científica Colonial. Creo que podré mover algunos hilos, pero hasta que salga de aquí, mi única baza sería intentar hablar con el médico de Con-Am. Sondearle. Ver de qué pie cojea... Si estuviera de nuestro lado, intentaría conseguir algún informe, o que realizara una autopsia al cadáver de Reif... Si aún sigue aquí, y claro, sin que se entere ni Dios... ¿Cuánto tiempo dices que ha pasado desde que murió tu oficial? ¿Y cuánto desde que pasó la última lanzadera de abastecimiento?
A Lester Cartwright no le dio tiempo a contestar.
Desde las sombras, algo que parecía un hombre, también enfundado en un traje de vacío, se abalanzó sobre él, tirando de su cuello hacia atrás y sosteniéndole con ambas manos.
-¡Aaaaagh...! ¡Joder...! -Gritó. -¡Sácamelo de encima!
-¡Cabrón! -el ingeniero sujetó con sus dos brazos uno de los del atacante, desestabilizándole y haciéndole girar sobre sí un cuarto de vuelta, dejando ver su rostro dentro de la escafandra.
Aquel hombre tenía los ojos teñidos de rojo, grisáceas las pupilas, y la superficie de la piel de su cara se mostraba desescamada y reseca. Sus guturales gruñidos lastimeros eran la expresión de la búsqueda desesperada de una víctima. La criatura, que aún asía con una de sus manos el extremo derecho del casco del capataz, tiró fuertemente del tubo del respirador, desanclándolo de su puerto de enganche.
-¡Aaaaagh... Dios... El aire...!
Bastaron unos cinco segundos más.
La diferencia de presión causada entre el exterior sin atmósfera y el traje de vacío, causó la explosión, como si de una sandía rellena de dinamita se tratara, del cráneo de aquel pobre infeliz.
Nathaniel cayó hacia atrás al tiempo que gritaba -¡Nooooo!
El atacante también cayó, torpemente, sobre unos cajones de material.
Nat, giró sobre sí, y tan rápido como lo permitía aquel arnés, se fue incorporando, primero sobre las rodillas, y luego por completo, mientras su respiración se aceleraba y la agitación le hacía sudar copiosamente. A su derecha, una enorme llave inglesa apoyada en la pared, aparecía como una opción más que aceptable para hacer frente a la amenaza...
Nathaniel mudó el rostro... Que pasó de ser una mezcla de pavor y sorpresa, a otra de rabia con desesperación. Agarrando fuertemente aquella enorme llave con las dos manos, sosteniéndola casi por encima de la cabeza, parecía un caballero medieval alemán del siglo XVI.
-¡Hijo de puta...! -profirió, al tiempo que batía lateralmente el pedazo de metal en el aire, para estamparlo contra el lateral de la escafandra del no muerto, que había conseguido incorporarse parcialmente. El improvisado arma reventó una junta que unía el cristal con el marco de la visera, provocando una grieta que afectó definitivamente a su integridad. El aire comenzó a silbar al entrar por ella, y unos segundos después, la presión hizo reventar el cráneo del atacante, como antes sucediera con el de Les Cartwright.
-Joder... Joder... Joder... El ascensor. Tengo que largarme de aquí -, balbuceó entrecortadamente en voz baja, y mientras giraba mirando hacia todas direcciones, buscando otros atacantes.
Un traje de vacío de tipo 2, para trabajo en condiciones climatológicas adversas, sumado a la atmósfera cero, hacen bastante difícil batir cualquier récord de velocidad, pero el ingeniero trató de correr cuanto pudo en dirección al montacargas principal.
-Arriba... Debo llegar arriba... -, pensaba en voz alta -. Son unos metros... Sólo espero que no haya llegado ninguno arriba... ¡Joder... ¿Y si se ha desencadenado también arriba?!
Tan pronto como enfiló la gruta hacia el elevador, aún blandiendo la gran llave inglesa, giró la cabeza una última vez. Un último vistazo de comprobación tras de sí, para observar un grupo de sombras proyectadas en la pared oeste de la gruta del fondo, con los focos iluminando aquellas fantasmagóricas sombras chinescas, que se movían en su dirección...
-Vamos, vamos, vamos...
Tras las últimas zancadas, se abalanzó a presionar la gran seta roja en el costado del armazón del ascensor. Era el botón de llamada, en el que aparecía con letras blancas casi borradas por el uso, la palabra "LLAMADA".
En su sprint por la supervivencia había rezado por que el elevador estuviera en su planta, pero no fue así... La pesada jaula de acero se encontraba unas plantas más abajo.
-¡Sube, joder! -Ortiz golpeaba la estructura metálica con rabia.
Atrapado por las circunstancias y esperando el fin del mundo de uno u otro modo, Nat se giró hacia la galería... Con lo lentos y torpes que parecían cuando sólo eran sombras proyectadas sobre la roca, y en cambio ya sólo estaban a una veintena de metros... No se podía precisar su número exacto.
No sabía si saltar por el lateral de la pasarela de la galería 3 y acabar con todo de una vez... Pero, de nuevo, ¿Una oportunidad? A un lado se encontraba un palet de herramientas.
-¡Una pistola de remaches...! -, así que Nat se colgó a la espalda la llave inglesa, se ajustó con rapidez un cinturón con varios cargadores de clavos de 20 centímetros a la cintura y quitó el seguro de aquel martillo neumático remachador, que ya estaba municionado... -. Bueno... Pues parece que habrá que irse haciendo ruido.
Nathaniel mudó el rostro... Que pasó de ser una mezcla de pavor y sorpresa, a otra de rabia con desesperación. Agarrando fuertemente aquella enorme llave con las dos manos, sosteniéndola casi por encima de la cabeza, parecía un caballero medieval alemán del siglo XVI.
-¡Hijo de puta...! -profirió, al tiempo que batía lateralmente el pedazo de metal en el aire, para estamparlo contra el lateral de la escafandra del no muerto, que había conseguido incorporarse parcialmente. El improvisado arma reventó una junta que unía el cristal con el marco de la visera, provocando una grieta que afectó definitivamente a su integridad. El aire comenzó a silbar al entrar por ella, y unos segundos después, la presión hizo reventar el cráneo del atacante, como antes sucediera con el de Les Cartwright.
-Joder... Joder... Joder... El ascensor. Tengo que largarme de aquí -, balbuceó entrecortadamente en voz baja, y mientras giraba mirando hacia todas direcciones, buscando otros atacantes.
Un traje de vacío de tipo 2, para trabajo en condiciones climatológicas adversas, sumado a la atmósfera cero, hacen bastante difícil batir cualquier récord de velocidad, pero el ingeniero trató de correr cuanto pudo en dirección al montacargas principal.
-Arriba... Debo llegar arriba... -, pensaba en voz alta -. Son unos metros... Sólo espero que no haya llegado ninguno arriba... ¡Joder... ¿Y si se ha desencadenado también arriba?!
Tan pronto como enfiló la gruta hacia el elevador, aún blandiendo la gran llave inglesa, giró la cabeza una última vez. Un último vistazo de comprobación tras de sí, para observar un grupo de sombras proyectadas en la pared oeste de la gruta del fondo, con los focos iluminando aquellas fantasmagóricas sombras chinescas, que se movían en su dirección...
-Vamos, vamos, vamos...
Tras las últimas zancadas, se abalanzó a presionar la gran seta roja en el costado del armazón del ascensor. Era el botón de llamada, en el que aparecía con letras blancas casi borradas por el uso, la palabra "LLAMADA".
En su sprint por la supervivencia había rezado por que el elevador estuviera en su planta, pero no fue así... La pesada jaula de acero se encontraba unas plantas más abajo.
-¡Sube, joder! -Ortiz golpeaba la estructura metálica con rabia.
Atrapado por las circunstancias y esperando el fin del mundo de uno u otro modo, Nat se giró hacia la galería... Con lo lentos y torpes que parecían cuando sólo eran sombras proyectadas sobre la roca, y en cambio ya sólo estaban a una veintena de metros... No se podía precisar su número exacto.
No sabía si saltar por el lateral de la pasarela de la galería 3 y acabar con todo de una vez... Pero, de nuevo, ¿Una oportunidad? A un lado se encontraba un palet de herramientas.
-¡Una pistola de remaches...! -, así que Nat se colgó a la espalda la llave inglesa, se ajustó con rapidez un cinturón con varios cargadores de clavos de 20 centímetros a la cintura y quitó el seguro de aquel martillo neumático remachador, que ya estaba municionado... -. Bueno... Pues parece que habrá que irse haciendo ruido.