domingo, 5 de junio de 2016

Dead end: laboratorio

-Le he dicho que se aparte, doctora...
-Antes tendrá que volver a explicarme eso de que tiene que revisar los expedientes médicos de los trabajadores, y sacar sus muestras de sangre de aquí... Todo eso es confidencial. ¿Me ha oído, sargento? ¡Ni se le ocurra tocar eso...! -La doctora Laura Potter se giró violentamente hacia el hombre de uniforme, señalándole con el dedo índice, y entonces se arrancó a andar en su dirección... -¿Me ha oído? ¡Callaghan! ¿Qué diablos está pasando aquí? -La joven traumatóloga se detuvo y giró ahora hacia el jefe administrativo de Con-Am en la colonia.
-Cálmese, doctora... Estos hombres traen una orden de arriba. No podemos hacer nada. Debe colaborar... -El director de la instalación minera, Frank Callaghan, trataba de mediar en el conflicto. Era un hombre entrado en carnes, que se había dejado una barba en la que ya comenzaban a aparecer algunas canas. A sus 50 y algún años de edad, dirigir una explotación minera planetaria casi suponía un premio; podría prejubilarse a los 60, con toda la paga y algún incentivo, si sabía hacer la vista gorda, ni más ni menos de lo necesario, en aquellos pequeños negocios de economía sumergida tan populares en los asentamientos exterráqueos.
-Sargento: quiero que usted y dos de sus hombres realicen la recogida del material a la carrera, ¿Entendido? Hay que analizar esos datos lo antes posible para determinar la viabilidad del proceso.
-Sí, señor. ¡Rog! ¡Hastings! Y tú, Devlin, acompaña a la doctora y al director Callaghan a la cafetería -, determinó el segundo al mando.
-¡Teniente, esto no debería estar pasando! ¡Francamente, me importa una mierda de dónde vengan sus órdenes! -La doctora Potter comenzaba a elevar el tono -. Ésta es una instalación civil, y en lo que se refiere a los asuntos médicos o científicos, la última palabra la teng...
-¡Cállese! -Expelió el oficial -. ¡No tengo la más mínima intención de seguir escuchando su jodido mitin, doctora! ¡Lo cierto es que me da por el culo haber tenido que venir hasta esta maldita roca en medio del espacio, a hacer Dios sabe qué para el gobierno, cuando podría estar dedicando mi tiempo a cosas más productivas, como emparejar mis calcetines por colores en mi casa de Utah o tirarme a una puta sintética en la estación espacial de paso! ¡Ya ve... No nos caemos bien! ¡Me la trae floja! ¡Y ahora que nos hemos sincerado los dos, lárguese de aquí y déjeme terminar; así podré largarme lo antes posible de este retrete lleno de ladillas y usted podrá volver a dedicarse a ponerles tiritas en el culo a sus mineros! ¿Me he explicado?
-Vamos , Laura, déjeme invitarla a un trago... Nos vendrá bien a los dos -, concilió Callaghan, tomando por el brazo a la joven doctora y tirando de ella en dirección a la salida. Laura había quedado casi paralizada tras la parrafada del oficial militar.


















Tan pronto como varios de los hombres de uniforme desaparecieron por el pasillo, escoltando a la doctora Potter y al director Callaghan, el oficial al mando, el sargento y dos soldados comenzaron a trabajar.
El teniente Hugo Fabian no había sido siempre militar, ni lo era de carrera. Comenzó a viajar por el espacio con su padre, a bordo de un carguero mixto, en el que los tripulantes que se desplazaban, en su mayor parte, a trabajar como especialistas en alguna instalación colonial, le contaban mil y una historias sobre el espacio y sus rincones más pintorescos. Así que se enganchó enseguida a eso de viajar de una punta a otra del sistema solar y los sistemas cercanos para conocer lugares y gentes de todo tipo.
Su padre era un tipo trabajador y honrado, la mayor parte del tiempo, que había perdido a esposa, la madre de Hugo, por culpa de un cáncer de pulmón. Así que Hugo tuvo que pasar buena parte de su niñez a bordo del Ceres, con su padre y la propia vida como profesores, y en plan autodidacta. No le fue mal, ya que era un chaval muy espabilado, que consiguió graduarse. Tan pronto como ello le permitió obtener la licencia de vuelo, y con la mayoría de edad cumplida, empezó a ayudar a su padre a cruzar el espacio llevando de un lado para otro carga y pasaje, durante algo más de diez años.
Entonces su padre enfermó, y tuvieron que vender la nave para poder pagar su internamiento en una residencia médica. Para entonces, con la experiencia acumulada y las habilidades adquiridas, Fabian se alistó, y no dudó, desde el primer momento, en tomar parte voluntaria en tantas campañas y misiones como pudo. Eso le valió rápidos ascensos y promociones, que otros tardarían mucho más tiempo en conseguir, incluso habiendo pasado por la academia.
Tras 17 años en filas, su uniforme estaba poblado de medallas y distinciones, y una cicatriz cruzaba su cara desde la frente al mentón, por el lado derecho, de arriba a abajo.
-Muy bien, sargento... Usted y sus hombres bloqueen el paso y que nadie entre. Voy a acceder con Cerberus a la información de los expedientes. Él nos dirá todo lo que necesitamos saber, y analizará los perfiles de ADN por nosotros. Aún tardará unos minutos. Así que, según vayan apareciendo los nombres de los candidatos en pantalla y yo se los vaya diciendo, tomen los viales con las muestras de su sangre, e introduzcan cada uno de ellos en un alojamiento del maletín de transporte hermético.
El teniente extrajo un disco de su bolsa de mano, así como un portátil, y realizó rápidamente las conexiones necesarias para que ambos equipos quedaran conectados. El programa se ejecutó y comenzó a realizar una copia de seguridad de la base de datos médica de la estación espacial en el terminal portátil.
-Bien... Parece que el bloqueo de seguridad del ordenador no es nada del otro mundo... Procesando... -Los datos seguían volcándose y la barra de progreso de la pantalla iba completándose poco a poco.














-Mira, Frank, ya sé que en este lugar ninguno hemos hecho méritos para el premio a "ciudadano del año", pero estarás conmigo en que todo esto se sale de lo normal -. Explicó Laura.
-¡Martha, pon dos dobles aquí...! -Voceó Callaghan, señalando hacia su lugar en la barra, en un rincón apartado del bar, al que habían llegado un minuto antes. Los soldados se habían quedado fuera, en el pasillo de acceso.
La sala de recreo, como les gustaba decir a los tipos de la Con-Am, porque sonaba menos chabacano, era un local con una barra elíptica en el centro, que además hacía las veces de pasarela para un par de bailarines que se contoneaban de forma provocativa al ritmo de la música electrónica. Detrás, tres camareros casi resultaban insuficientes para satisfacer las demandas etílicas de los parroquianos. Algunas mesas y taburetes fijados al suelo alrededor y junto a las paredes suponían el único mobiliario.
-Después de unos años aquí, lo que hagan los del gobierno en la colonia, y más si traen una orden firmada por un juez del ministerio de defensa, es lo que menos deberá importarte; acabas de llegar, doctora. Tampoco deberá importarte si, de vez en cuando, se te extravía un poco de oxicodona o de morfina; porque a mi tampoco me va a importar. Esto es como el purgatorio: tómatelo como una segunda oportunidad. Eso que dicen de que si tú rascas mi espalda yo rascaré la tuya, ¿Entiendes? Pues con los "mandamases" es lo mismo... ¿Y qué si alguien cuela una partida de whisky en un cargamento y se saca unos dólares vendiendo un par de botellas por aquí y por allá? La vida aquí es dura, Potter, y son esas pequeñas cosas las que la hacen más llevadera...
-Entiendo... -Laura echó un trago.
-Nadie te va a expedientar aquí por haberla cagado con una dosis de tranquilizantes... Así es como acabaste aquí, ¿Verdad? He leído el informe... -Callaghan bebió, con la mirada perdida más allá de la barra, y volvió a mirar a Laura, para proseguir -. Deja que hagan su trabajo, o lo que sea que hayan venido a hacer... Puede que sea hasta algo bueno. ¿Me guardas el secreto? Parece que están investigando sobre algún tipo de droga legal; se trata de potenciadores del rendimiento físico. Los mineros trabajarían alegres y contentos, y se cansarían menos... O algo así.
-No es justo...
-¿Quién ha dicho que lo sea? Soy escocés, maldita sea... ¿Crees que es justo que esté bebiendo esta mierda? En la etiqueta pone "whisky", pero el mismísimo William Wallace se revolvería en su tumba si olisqueara el líquido marrón que hay en este vaso. Haz tu trabajo, doctora, y quizá te veas a ti misma dentro de un tiempo con una carta de recomendación en la mano, volviendo a ejercer en algún otro sitio más del tipo de la gente de tu clase... Y a tu hombre también...
-Cierra el pico y tendrás tu premio...
-Buena chica...
-Hablando de eso... ¿Potenciadores del rendimiento físico?
-¡Y mental, según creo...! Se segregan endorfinas y también hay algo que tiene que ver con la adrenalina. El caso es que necesitan analizar las muestras de sangre de los chicos, para saber si son compatibles todos con la fórmula que han desarrollado o lo que sea... Un pinchacito como si se tratara de una vacuna y, ¡Bienvenido a Oz! -De nuevo una pausa condescendiente -. ¿A que ahora no parece tan malo, doctora?



















-Supongo que no... -Levantó la cabeza y recompuso el ceño fruncido -. Si te parece, creo que me tomaré el resto de la tarde libre. Además, si después del numerito en la clínica no vuelvo por allí en un rato, imagino que a los "chicos de verde" tampoco les importará. Si alguien necesita una aspirina, que me llamen por megafonía... ¡Ah, y otra cosa...! -Consiguió algo de tiempo para invertir en sarcasmo -. Imagino que también te alegrará saber que, aunque soy inglesa, y no nos llevamos bien con los escoceses, estoy de acuerdo en algo contigo: ¡Ese whisky es una mierda! -Laura se esforzó por sonreír, se levantó y dirigió sus pasos hacia el pasillo del extremo contrario de la cantina, rumbo a la zona residencial.
Callaghan la miró mientras se alejaba, alzando su copa en un improvisado brindis; ella no tenía mal culo. Lo cierto es que, en un agujero como aquel, no había muchas mujeres, y las que había no eran precisamente modelos de Playboy. Incluso con el mono reglamentario de trabajo y la bata blanca encima como indumentaria más erótica posible, la doctora Potter podría seducir fácilmente a un tipo como él.
-Por una vez espero tener razón... -Pensó para sí mismo el jefe Callaghan -. Espero que no sea más que un chute de vitaminas... - Y apuró su copa.